Curas pederastas: EL HUEVO Y LA GALLINA

Ernesto no sabe qué fue primero. A día de hoy, veinte años después, todavía no lo sabe. No sabe si eso importa, o si cambia las cosas, pero algo dentro de él necesita saber qué llevó al cura de su parroquia a hacerle "aquéllo". Todos estos años se ha sentido avergonzado por lo sucedido, como si el hecho de ser la víctima fuese tan reprobable como ser el verdugo. Ahora sabe que, en todo el mundo, miles de víctimas como él son conscientes de lo que fueron: víctimas. Ni fueron cómplices, ni cobardes, ni consintieron. Aquéllo no era consentido. Era coacción. Era engaño. Era aprovechamiento. Pero jamás consentimiento. Jamás. Eso, nunca.
Hoy los niños de doce años no son como los de antes. No hay inocencia, es cierto, y es triste, pero tal vez en su época pecaron de inocencia. No debían saber determinadas cosas a una edad temprana, y eso les hacía más inocentes, sí, pero también más vulnerables, más crédulos, más temerosos... ¿Cómo no temer a alguien que era, ni más ni menos, un cura, un enviado divino, un semidiós a ojos de un niño de doce años?

Ernesto no quiere dar detalles. No quiere contar cómo sucedió todo, cómo empezó, ni cómo terminó. No quiere contar detalles morbosos. Simplemente, prefiere tumbarse en el diván de la consulta y narrar mirando a la ventana, con la vista perdida en el infinito, cómo se siente por todo aquéllo. No quiere mirar a los ojos al doctor. No le gusta ver la cara de la gente cuando conocen que el cura de su pueblo abusó sexualmente de él a los doce años. Le miran con sorpresa, con morbo, con lástima. Cuando quienes le miran son hombres, además le parece ver un atisbo de burla en sus ojos. No lo puede soportar...

Ernesto quiere y no quiere saber, necesita y no necesita saber el por qué. ¿Qué es primero? ¿la gallina o el huevo? ¿el cura se hace pederasta, o el pederasta se mete a cura? lo primero no le parece coherente... un siervo del señor, que se somete voluntariamente a unos votos, a unas privaciones de sus instintos, sublimados en su devoción por la figura divina que encabeza y encarna su religión, ¿cómo va a caer en semejante depravación? Además, a un cura, a un hombre adulto, si la tentación es fuerte, ¿no tiene otras formas? Puede recurrir a la prostitución con mujeres, o con hombres, si su tendencia natural es heterosexual u homosexual... pero... ¿violación de una criatura? A Ernesto ya no le entra en la cabeza que un adulto pueda sentirse sexualmente atraído por criaturas menores de edad, máxime cuando ni siquiera son adolescentes, sino niños de corta edad, incluso bebés... como para pedirle que entienda que el monstruo autor de tal aberración sea un cura. Un "padre". Alguien que escucha los pecados de los demás, alguien en quien se confía... "Dejad que los niños se acerquen a mi"...

La segunda opción, a ojos de Ernesto, parece más plausible: un pederasta busca acercarse a sus víctimas sin levantar las sospechas de sus padres, necesita un lugar y un momento donde pueda estar rodeado de estos querubines... ¿qué mejor trabajo que la docencia, o el adoctrinamiento, o el cuidado de niños? Un pederasta necesita, además, y sobre todo ahora que los niños son más "resabiados", poder sobre ellos. Su figura ha de imponer respeto, reverencia, temor incluso... por encima de los propios padres. Un profesor, un cura... nada puede ser más poderoso. El miedo al suspenso, al castigo, al pecado... a que los padres sepan que el niño es "malo", que "no obedece" a su mentor... Pero ... ¿hay castigo para estos miserables? Porque a los curas pederastas los tapan sus superiores, utilizando con los padres los mismos recursos que esos mismos pederastas utilizaban para acallar a los hijos: la religión, el miedo, de nuevo el pecado, la redención...

Los pederastas. ¿Cómo es posible que entre ellos se apoyen...? ¿Cómo alguien puede alardear de "sus conquistas", que no son sino depredaciones? ¿Acaso lo que verdaderamente les "pone" es conseguir robarle a unos padres su cría, burlar a los vigilantes, el riesgo, la emoción de la caza y captura del vástago? ¿mancillar a lo más sagrado de otras personas?

No lo sabe. Sólo sabe que llegará un momento en el que pagarán justos por pecadores. Los padres ya no confiarán en los curas: ¿cómo es posible que siempre que se destape un escándalo sexual de pederastia haya curas inmiscuidos? Los padres no querrán que sus hijos se acerquen a los curas. Jamás. Los padres ya no podrán inculcar a los hijos la fe en una Iglesia que mancilla a las criaturas. La Iglesia empezará a quedarse sola. Los padres le darán la espalda. Y los hijos temerán a los religiosos. La Iglesia empezará a desmoronarse...

Sólo sabe una cosa. Que no sólo las chicas de las novelas de éxito del merchandising sueñan con una cerilla y un bidón de gasolina. Que él también puede soñar con hacer justicia a su manera. Mira a sus hijos. Y se horroriza pensar que algún día pudiera pasarle a ellos. Si la justicia de la Iglesia no le ayuda y si la Justicia de los hombres no es suficiente, la justicia de un padre sí lo será...

CAERÉIS.